sábado, 16 de julio de 2005

AÑO DE LA EUCARISTÍA Y DE LA INMACULADA

Juan Pablo II en la Carta Apostólica “Mane nobiscum Domine”(permanece con nosotros Señor) de 7 de octubre de 2004 estableció que se celebrara en toda la Iglesia un año específico, denominado “Año de la Eucaristía” desde octubre de 2004 hasta octubre de 2005.

Dos acontecimientos motivaron este Año de la Eucaristía: el comienzo del Congreso Eucarístico Internacional celebrado el 17 de octubre de 2004 en Guadalajara (México) y la Asamblea Ordinaria del Sínodo de Obispos, que tendrá lugar en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 2005 sobre el tema “La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Los objetivos del Año Eucarístico y Año Mariano son diversos, pero se complementan mutuamente.

En el Ministerio Eucarístico se pretende descubrir que el es la raíz y el secreto de la vida espiritual de la Iglesia.
Que en la Eucaristía, en la mesa de la Palabra, Jesús continúa iluminando, el misterio de su persona, como lo hizo con los discípulos de Emaus que “ardieron” sus corazones, al tiempo que los sacaba de su oscuridad, de la tristeza, y suscitaba en ellos el deseo de permanecer con Él: “Quédate con nosotros, Señor” (Lc.21.29).

Que la Palabra de Dios debidamente proclamada, escuchada devotamente en silencio meditativo y actualizada ilumine la vida de la comunidad.

Que iluminadas las mentes y enfervorizados los corazones, descubramos en los signos sacramentales, el misterio sacrificial de Jesucristo ofrecido una vez por todas en el Gólgota, para toda la humanidad.

Que recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Él. Y que ésta “íntima y recíproca” permanencia nos permite anticipar, en cierto modo, el cielo en la tierra, a las espera de la plena satisfacción en el cielo.

Que en el misterio Eucarístico, Jesús edifica la Iglesia, pues comulgando un mismo Pan, nos hacemos un solo cuerpo y una comunidad fraterna donde debemos compartir todos nuestros bienes.

- Consecuencias:

Que su presencia real en el sagrario sea como un polo de atracción para las almas enamoradas de Él, capaces de estar escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón:”Gustad y ved qué bueno es el Señor”(sal.33).

Que reparemos con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que padecen en tantos sitios del mundo.

- Exigencias:
Que alimentados con su Cuerpo y su Sangre evangelicemos y demos testimonio de lo que hemos celebrado, siendo promotores de una sociedad más justa que conduzca a la paz y fraternidad en los diverso ámbitos de la vida social, cultural y política, y que brille especialmente la caridad para con los pobres, pues así se comprobará la autenticidad de lo que celebramos.

Que ante tanta vana autosuficiencia del hombre, que respira olvido de Dios, la Iglesia reconociendo los beneficios de Dios y el tesoro incomparable que Jesús ha confiado a ella celebre la Eucaristía, es decir, da gracias al Padre por el “si” incondicional de Cristo al Padre con el “si”, el “gracias” de toda la humanidad

Año de la Inmaculada

Al cumplirse los 150 Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, declaró el presente “Año de la Inmaculada”, comenzando el 8 de diciembre de 2004 al 8 de diciembre de 2005.

Con la proclamación del dogma se subrayó de modo singular la estrecha relación que existe entre la Virgen María, el misterio de Jesucristo y de la Iglesia.

Al ser María elegida, morada de Dios, fue preservada, desde el primer instante de su concepción del pecado original, y posteriormente con su “FIAT” quedó asociada para siempre a la obra redentora de Cristo. En María, cielo y tierra se dieron cita.

Si Jesús desde su encarnación vive para los demás, María, desde ese mismo instante, se despropió de si misma.

Si un “NO” cerró las puertas al paraíso, el “SI” de María las abre de nuevo. Por eso, en María comenzó la alianza más importante de la historia de la salvación.
Desde la ternura de Belén hasta la tragedia del Calvario hay una consagración de todo su ser a Dios.
Al sentirse “la esclava del Señor”, da cumplimiento al plan salvífico de su Hijo vinculándose íntimamente a su pasión, muerte y resurrección. Por eso María Santísima está constantemente presente y operante en la vida de la Iglesia como intercesora, colaboradora y seguidora del camino del Redentor.

De ahí que ella sea modelo a imitar y ejemplo a seguir.

En el Año del Rosario, promulgó Juan Pablo II la Encíclica Ecclesia de Eucaristía. En ella nos recordaba a toda la Iglesia la exigencia de una espiritualidad eucarística, presentando el modelo de Maria como “mujer eucarística”. Y es que su dolor, asociado al de Jesús, estaba enriquecido por el amor, que es quien ennoblece y hace fructífero el dolor.

D. Manuel Navarro Ponce
Párroco y Consiliario de la Hermandad