sábado, 16 de julio de 2005

CÁRITAS EN EL AÑO DE LA EUCARISTÍA

¿Por qué no hacer, de este Año de la Eucaristía un período en que las diferentes comunidades diocesanas y parroquiales se comprometan de especial manera a salir al encuentro con laboriosidad fraterna, de alguna de las tantas pobrezas de nuestro mundo? Pensemos en el drama del hambre, que atormenta a cientos de millones de seres humanos; en las enfermedades que afligen a los países en vías de desarrollo; en la soledad de los ancianos, en las estrecheces por las que atraviesan los desempleados, en las adversidades que afrontan los inmigrantes. Se trata de males que caracterizan –si bien en diferente medida- incluso a las regiones más opulentas. No podemos engañarnos: por el amor recíproco y, en especial por el desvelo por el necesitado seremos reconocidos como discípulos auténticos de Cristo.

Dios es amigo de la vida, y quiere que sus hijos todos vivan, en libertad y con dignidad. Dios sueña con una tierra nueva, en la que no haya “ni muerte ni llanto ni gritos ni fatigas” (Is 65, 17-19; Ap 21, 4). Pero claro, los sueños, sueños son, aunque sean divinos. Nuestra realidad sigue siendo sangrante. El paraíso no es para todos.

El amor de Cristo ya sabemos cómo es de grande. Todos caben en su corazón. Pero tiene sus preferencias. Son los más pobres y pequeños, los más rechazados y los que más sufren, los más descarriados también y los más necesitados de amor. Llega a identificarse con ellos. En su acogida o rechazo acogemos o rechazamos a Cristo.

En Cristo desaparecen los antagonismos de raza, religión, cultura y clase social. Ya no hay blanco o negro, español o ecuatoriano, europeo o africano…, joven o anciano, intelectual o analfabeto, rico o pobre… Unidos a Cristo, las diferencias se integran, pero no desaparecen.

Éste era el gran sueño de Jesús y, ¡qué lejos estamos! No sólo no somos uno, sino que no estamos unidos. Por todas partes vemos que se rompen el entendimiento y la concordia. Prevalecen las actitudes de intolerancia, rivalidad y rechazo. Se imponen las agresiones los odios, las guerras y las venganzas. Triunfan los halcones, se esconden las palomas.

Tampoco en las Iglesias somos capaces de unirnos en la verdad y en el amor. Rivalizamos unos con otros. Hay posturas, criterios, actitudes tan distintos que parecen vivir en oposición. Hemos de acogernos una vez más a la misericordia de Cristo. Que nos perdone, nos pode y nos purifique, nos “espiritualice”.

Busquemos en la Eucaristía el impulso para un compromiso activo por la edificación de una sociedad más justa y fraterna.

CÁRITAS PARROQUIAL