sábado, 16 de julio de 2005

KARMEL , VIÑEDO DEL SEÑOR

Varias veces he tenido la dicha de recorrer el país de Jesús y asomarme al Mediterráneo desde las alturas de Haifa disfrutando de una magnifica vista panorámica sobre Nazaret y el monte Tabor. Impresiona el monte Carmelo porque es una montaña repleta de recuerdos bíblicos. “Karmel”, en hebreo, significa “viñedo del Señor”, también “vergel” y “jardín hermoso”. La Biblia celebra el lugar y lo compara, nada menos, con la belleza de la amada del Cantar de los Cantares (7, 5). Lugar hermoso que está unido, de manera especial, al profeta Elías como nos recuerda el libro de los Reyes cuando narra que se refugió en aquel lugar huyendo de las malas artes del rey Acab y su esposa Jezabel. En este monte tiene también lugar el enfrentamiento de Elías con los sacerdotes de Baal y es desde este lugar donde el profeta vislumbra la simbólica “nubecilla” que libró a todo Israel de la sequía y que luego, con el correr del tiempo y el cumplimiento de las promesas mesiánicas, sería prefiguración simbólica de la Virgen María. Prosiguió la tarea del profeta Elías, arrebatado al cielo, alguno de sus discípulos, entre ellos Eliseo, viviendo muy austeramente en cuevas. Los arqueólogos descubrieron en el valle que los árabes llaman el “Wadi ain es siáh” las ruinas de lo que fue el primer convento de los carmelitas y el primer “Santuario de la Señora” construido en el siglo XIII. Hoy, en la cima del Carmelo, se alza el santuario dedicado a la Virgen del Carmen bajo el nombre de “Stella Maris”. Desde ese lugar se ha difundido la advocación a nuestra Señora con gran intensidad por todo el mundo y hacia allí miramos los devotos de Santa María bajo la advocación del Monte Carmelo.


DEVOCIÓN Y PIEDAD POPULAR


La devoción a la Virgen del Carmen está muy arraigada en nuestra tierra. Baste asistir a los actos y cultos en torno a su fiesta. Todas las devociones privadas deben de ser una ayuda para vivir el Evangelio en la Iglesia. En ningún caso deben reemplazar la celebración de los sacramentos y la participación en la eucaristía dominical. Pero ambas, liturgia y devociones, son complementarias y cada una de ellas se complementan. Mientras que la liturgia expresa públicamente el culto que se tributa a Dios por toda la comunidad cristiana, las devociones privadas, propuestas y no impuestas, tratan de expresar la oración, la piedad y el fervor de la vida interior de los fieles cristianos. El movimiento ilustrado, quizá necesario para purificar muchas manifestaciones de fe junto a una mala interpretación de la reforma litúrgica del II Concilio Vaticano, olvidó que el ser humano es algo más que razón e intentó hurtar al pueblo su alma y su espiritualidad propia, como bien sabemos, sin llegar a conseguirlo aunque abriendo una gran distancia de separación entre la fe ilustrada y la fe del pueblo. Todos los años, por estas fechas, tenemos una oportunidad para celebrar una gran misión diocesana aprovechando las fiestas marianas que el calendario litúrgico nos trae en los meses de julio, agosto y septiembre.

El cristianismo es vida para toda la persona. Por eso hasta que la fe no baja al corazón y se expresa en formas cargadas de amor es una fe muerta. De ahí la necesidad de la inculturación, que no es otra cosa que hacer la fe vida, encarnada, el amor a la cultura propia, el deseo de crear nuevas formas, dar cauce a nuevas intuiciones que expresen un poco mejor lo que intentamos vivir. La tesis que vengo defendiendo, que no es otra que leer la realidad y el evangelio con los ojos de los que nada tienen y nada cuentan, curiosamente en nuestros ámbitos ilustrados, encuentra serias resistencias por una clara desafección de las virtudes que encierra nuestra cultura. ¡Es más fácil ver las bondades de otras culturas cualesquiera fuere antes que la nuestra! Nuestros ambientes de reflexión teológica necesitan, más que una teología de la liberación, una liberación de la teología para construir con el pueblo una teología con rostro andaluz y con un lenguaje y formas devocionales, interiores y externas, que sean manifestación de nuestra fe pero, también de nuestro ser y de nuestra alma colectiva.

Por tanto, no tiene por qué haber conflicto ni exclusión entre la liturgia y las devociones. Algunas devociones, como vengo señalando y seguiré insistiendo, nacieron de la liturgia o se inspiraron en ella y la prolongan. Y, al revés, la liturgia, después de haber dado nacimiento a las devociones, se enriquece a su vez con ellas, universalizando algunas después de haberlas acogido. Las influencias y relaciones entre la liturgia y la devoción popular pueden ser de integración fecunda o de simple coexistencia pacífica, pero en cualquier caso, las manifestaciones de piedad del pueblo son siempre una ocasión propicia para la evangelización.

A esta síntesis litúrgico-devocional, nos invita el Concilio cuando nos “amonesta (…) a todos los hijos de la Iglesia a fomentar con generosidad el culto a la Santísima Virgen, particularmente el litúrgico; que estimen en mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella, recomendados por el Magisterio en el curso de los siglos y que observen escrupulosamente cuanto en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los santos, (…) Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, si no que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes”.


LA DEVOCIÓN DEL ESCAPULARIO DEL CARMEN


En este marco que escuetamente acabo de exponer se encuadra la “devoción” al escapulario de la Virgen del Carmen. Su difusión es verdaderamente universal y sin duda se le aplican las palabras conciliares sobre las prácticas y ejercicios de piedad “recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio”.

Como bien sabemos los devotos el escapulario del Carmen es una forma reducida del hábito religioso de la Orden de Hermanos de la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo. El escapulario es un signo exterior de la relación especial, filial y confiada, que se establece entre la Virgen, Reina y Madre del Carmelo, y los devotos que se confían a Ella con total entrega y recurren con toda confianza a su intercesión maternal al tiempo que nos recuerda la primacía de la vida espiritual y la necesidad de la oración.

El escapulario se impone con un rito particular de la Iglesia, en el que se “recuerda el propósito bautismal de revestirse de Cristo, con la ayuda de la Virgen Madre, solícita de nuestra conformación con el Verbo hecho hombre, para alabanza de la Trinidad, para que llevando el vestido nupcial, lleguemos a la patria del cielo”. De ahí que la imposición del escapulario del Carmen, como la de otros escapularios, “se debe reconducir a la seriedad de sus orígenes: no debe ser un acto más o menos improvisado, sino el momento final de una cuidadosa preparación, en la que el fiel se hace consciente de la naturaleza y de los objetivos de la asociación a la que se adhiere y de los compromisos de vida que asume”.


DEVOCIÓN Y FRUTOS DE SANTIDAD


La devoción a la Virgen María nos debe llevar a seguir a Jesucristo y aspirar a la santidad. Una pléyade de santos han vivido bajo el amparo de la espiritualidad carmelita: Simón Stock, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, santa Teresita del Niño Jesús, Edith Stien, Titus Brandsma y tanto otros. Hoy, aunque la circunstancias sean distintas y diversas, la Iglesia sigue fecundando el mundo con semillas de santidad y, ciertamente, en esto no existe mejor ejemplo de vida y entrega que la Santísima Virgen.

Manuel Pozo Oller,
Vicario Episcopal